Empezamos el recorrido en Mioño una playita cerca de Castro Urdiales. Y en el espigón de Bilbo nos esperaba el primer reto. Remábamos contra un suave pero persistente viento de proa y aquello se hacía interminable. Aquella empresa no iba a resultar nada fácil. El espigón tardó en terminarse y justo cuando los primeros del grupo iban a comenzar a atravesar la ría, un gigantesco barco apareció detrás de la mole de cemento. Julen y yo soltamos una risa nerviosa mientras observábamos la escena desde la cola del pelotón. La bocina de aquel monstruo metálico hizo vibrar nuestras entrañas y no tardó en alejarse a toda velocidad. Las tres piraguas fueron pasando una a una. Sólo quedábamos nosotros en medio de aquel caos circulatorio.
-Julen, ese barco tiene el morro apuntando a Bilbo.
-¿Estará parado?
-Yo creo que sí. Dale que pasamos…
-¿Seguro que pasamos?
-Dale que está parado,
-¿Y la espumilla de “proa”? (vamos a hablar con propiedad…).
-Pooooooooooo
-¡Dale con la izquierda Julen…!
Sólo a nosotros se nos ocurre remar descoordinados en un momento como aquel.
El barco en cuestión pasó, y luego, ante la mirada y las risitas de nuestros compañeros, aparecimos nosotros, los reyes del ritmo.
A partir de entonces todo resultaría más fácil y sobre todo, menos peligroso.

No hay comentarios: