Cogerle el ritmo al día no era difícil. Despertarse, mirar hacia un lado. Ver el saco de Rubén (cantamañanas) vacío. Desperezarse con el solete, preparar el desayuno, recoger los trastos, componer el puzzle de nuestros enseres, y a la mar…A media mañana tocaba el primer descanso acompañado del café de rigor, compras para el menú del día y a seguir dándole. Cuando el sol apretaba, era el momento de buscar una playa para comer y, si se terciaba, disfrutar de la siesta. Comenzar a la tarde se hacía duro. Los brazos se negaban a moverse pero, a fuerza de obligarles, iban cogiendo ritmo. El sol seguía su camino y cuando se acercaba al horizonte buscábamos un lugar para dejar las cosas. Los días que la fortuna nos acompañaba incluso había ducha (todo un lujo ofrecido en los clubes de remo).

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