Cada mañana, justo después de que nuestros músculos se fuesen calentando y de que remar nos resultara tan natural como respirar, la canción empezaba a sonar dentro de mi cabezota. Yo la intentaba tararear una y otra vez, incluso estiraba el cuello para afinar, pero mis compañeros de cayuco, Julen y Rubén, no parecían acordarse de ella. No lo podía creer. La había oído decenas de veces. Dentro sonaba muy clara, pero el chorro de mi voz hacía de las suyas, y los sonidos (por no decir graznidos) que salían de mi garganta eran muy diferentes. En un principio no sabía qué significaba la letra pero ahora que lo sé, todavía me gusta más…
“Boga, boga
Itsasorantz dijoaz
Kresala azolean
Haizea aurpegian
Duintasuna
Itsasoan galduta
Egun bat eta beste bat eta
Itsasoa ta zerua
Ikusten…”
Teníamos en mente esta travesía desde que probamos lo de viajar en piragua en Menorca. De este año no podía pasar. En enero, justo cuando todo el mundo hace dieciochomil planes, nosotros dejamos un hueco para recorrer la costa vasca. El tiempo fue pasando y a dos semanas de la fecha prevista nos encontramos sin barcos. El alquiler nos costaba como media piragua, salía mejor ir a nado. Para solucionarlo, el bueno de Txomin, nos prestó su “txipironera”. Una piragua autovaciable anchota y remolona que se convirtió en el buque insignia de la travesía.


Empezamos el recorrido en Mioño una playita cerca de Castro Urdiales. Y en el espigón de Bilbo nos esperaba el primer reto. Remábamos contra un suave pero persistente viento de proa y aquello se hacía interminable. Aquella empresa no iba a resultar nada fácil. El espigón tardó en terminarse y justo cuando los primeros del grupo iban a comenzar a atravesar la ría, un gigantesco barco apareció detrás de la mole de cemento. Julen y yo soltamos una risa nerviosa mientras observábamos la escena desde la cola del pelotón. La bocina de aquel monstruo metálico hizo vibrar nuestras entrañas y no tardó en alejarse a toda velocidad. Las tres piraguas fueron pasando una a una. Sólo quedábamos nosotros en medio de aquel caos circulatorio.
-Julen, ese barco tiene el morro apuntando a Bilbo.
-¿Estará parado?
-Yo creo que sí. Dale que pasamos…
-¿Seguro que pasamos?
-Dale que está parado,
-¿Y la espumilla de “proa”? (vamos a hablar con propiedad…).
-Pooooooooooo
-¡Dale con la izquierda Julen…!
Sólo a nosotros se nos ocurre remar descoordinados en un momento como aquel.
El barco en cuestión pasó, y luego, ante la mirada y las risitas de nuestros compañeros, aparecimos nosotros, los reyes del ritmo.
A partir de entonces todo resultaría más fácil y sobre todo, menos peligroso.


Cogerle el ritmo al día no era difícil. Despertarse, mirar hacia un lado. Ver el saco de Rubén (cantamañanas) vacío. Desperezarse con el solete, preparar el desayuno, recoger los trastos, componer el puzzle de nuestros enseres, y a la mar…A media mañana tocaba el primer descanso acompañado del café de rigor, compras para el menú del día y a seguir dándole. Cuando el sol apretaba, era el momento de buscar una playa para comer y, si se terciaba, disfrutar de la siesta. Comenzar a la tarde se hacía duro. Los brazos se negaban a moverse pero, a fuerza de obligarles, iban cogiendo ritmo. El sol seguía su camino y cuando se acercaba al horizonte buscábamos un lugar para dejar las cosas. Los días que la fortuna nos acompañaba incluso había ducha (todo un lujo ofrecido en los clubes de remo).





Los kilómetros fueron pasando:
a ritmo de canciones populares
de golpe de remo
y de chistes resabidos
otra palada
intentos de pesca
“pecesdeplástico”
gaviotas que se comen
los peces de plástico
y otra vez a remar
paradas para el café
para la comida
la siesta
el chapuzón

remo
remas?
¿remamos?

nuevas vistas:
San Juan de Gaztelugatxe
Cabo de Matxitxako
la isla de Izaro
Ogoño
el ratón de Getaria
Sta Elena
Pasaia
Jaizkibel
el Cabo de Higer
la bahía de St Jean de Luz…




Todas llenas de historias.
Cada vez que nos internábamos en un puerto nos encontrábamos muchísima historia. Los tiempos cambian, los barcos rentables son los grandes, y en los pequeños sólo se ven pescadores con la piel curtida por el salitre. Madrugan para empezar la faena. Es una historia de lucha, una actitud y una forma de vida. Pescar con las manos y vivir de ello. La posibilidad de pescar verdeles, lubinas, anchoas y no euros. Aquella actitud estaba escrita en los muros y nos sentíamos parte de ella.
Y como toda historia, nuestra travesía tuvo sus anécdotas:
Como la de la gaviota de San Juan de Gaztelugatxe que veía demasiado real el aparejo y acabó enganchada haciendo de cometa…
O la parrilla que iba de adorno a popa en la piragüa de Txorri. Algún paseante curioso la había observado en alguna playa que paramos. Hasta que en la etapa de Hondarribia, una lubina y un verdel tuvieron la mala suerte de picar. Parecíamos náufragos haciendo la fogata en aquella cala de piedras…
Ni que decir tiene que el único integrante que no era del oficio aguantó las consabidas “turradas” del kurro.
La temida galerna que amenizaba nuestras conversaciones, apareció el penúltimo día cuando intentábamos salir de Zokoa. A parte de ese día el buen tiempo nos acompañó y menos mal porque si no, nos morimos de risa con el impermeable de parvulario de Julen.
Pero esta historia no tiene final de momento porque todos nosotros estamos pensando en repetir por otros mares…
“Boga, boga
van hacia la mar
salitre en la piel
el viento en la cara
dignidad
perdidos en la mar
un día y otro
el mar y el cielo…”

Etapas:
Comenzamos en Mioño hasta Plentzia. A partir de ahí las paradas fueron: Mundaka, Lekeitio, Getaria, Isla de Sta Elena, Hondarribia, S. Juan de Luz y Biarritz.

El grupo lo formamos: Patxi, Rubén, Juan Mari, Kiko, Julen y Txorri.

Escrito por Juanma Negredo. Fotos: del resto de la tripulación.